viernes, 7 de agosto de 2009

NOTAS TAURINAS: POR FRANCISCO LAZO

AMIGOS, Valente Arellano Salum murió como vivió, a toda velocidad. Tenía 20 años y se apuntaba como la nueva figura del toreo por sus maneras ante el toro siempre arropado de su carisma que le llevó a convertirse en un ídolo del toreo en México. Y seguramente lo habría sido en todo el mundo de los toros si no le hubiera sorprendido la muerte en una de las avenidas de su tierra natal Torreón, Coahuila, en el amanecer de aquel día 5 de agosto de 1984. Ahí se terminaron trágicamente todas las ilusiones, esperanzas del toreo que habían visto en Valente la aparición de un torero excepcional. Fue inquieto desde muy joven, pues a los 5 años toreó por primera vez allá en una placita jalisciense durante un festival en el que insistió bajar al ruedo. Le dieron una muleta sin el estaquillador a manera de capote y fue Valente a la becerra y todo lo que logró hacer fue presentar el engaño y resultar revolcado y al levantarse cuando quisieron consolarlo pedía a gritos que le dejaran volver al animal. Y así lo hicieron pues no lloraba de dolor ni de temor sino de coraje y regresó a la vaquilla que ya no quiso embestir y todos los presentes respiraron para sacudir la inquietud que les causaba la temeridad del niño. Valente, quien un poco más tarde sería llamado Valente-Valiente tenía actitudes naturales para todo ejercicio físico y sus progenitores querían encaminarlo hacia una carrera académica cuando terminó la secundaria y también se distinguía en los deportes en los que era decidido y hábil. Así pues quitaba los ojos de los libros y los ponía en los campos deportivos y sus padres preocupados por las inclinaciones taurinas de su precoz vástago lo mandaron a estudiar a los Estados Unidos, pero más tardó en llegar que en regresar. A sus 15 años mantuvo su propósito de ser torero y como novillero llamó pronto la atención luego de presentarse en la plaza La Florecita de Ciudad Satélite donde hizo marchoso el paseíllo levantando la mirada retador y con una sonrisa al mismo tiempo que cautivó a la concurrencia. Ahí estaba naciendo lo que parecían los primeros pasos de una renovación al toreo, un joven bien plantado, con la alegría que le causaba estar en el ruedo vestido de luces para salirle al toro y pronto también conquistó a los aficionados y público que entusiasmados se le entregaron e impulsaron en todo momento. Y creció y creció artísticamente Valente-Valiente pasándose a los toros muy cerca y recogiendo del ayer suertes que parecían desaparecidas y aportando las que su imaginación fértil le ordenaba sin que le perturbara el peligro. Resuelto se abrió paso y llegó a su alternativa, la que tomó el 4 de junio de 1984 en la Plaza Monumental de Monterrey de manos de Eloy Cavazos y atestiguando Fermín Espinosa Menéndez "Armillita", con el toro "Solitario" al que le cortó una oreja procedente de la ganadería de Mimiahuapam. Desde siempre dejó ver otra faceta de su carácter cuando parecía despegarse del mundo como si entrara en una profunda meditación, abstracción y asimismo en un instante regresaba sonriente y seguía en la plática como si nada le hubiera distraído. ¿Qué pensaba Valente-Valiente, en esos silencios?, no le insistíamos en una respuesta pues no parecía oír y luego seguía charlando. Es indudable que era parte de su temperamento poco común, de su genio que le apartaba de cuestiones rutinarias del toreo y le llevaban a pensar en otras maneras para desempeñarse lo que constantemente buscó hasta hacerlo distinto de los nuevos diestros de su época. Lamentablemente la muerte le impidió ir más allá de donde había llegado y se llevó con él lo que bien pudiera haber sido la transformación del toreo, pulirlo de reiteraciones, de monotonías hasta el cansancio y darle una imagen fresca que atrajera y sorprendiera a las nuevas generaciones afianzándose así la continuidad de la fiesta de toros. Dios lo tenga en su gloria.

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