sábado, 15 de agosto de 2009

EL FUNDI HERIDO MUY GRAVE. FRACTURA DE CRANEO Y HEMORRAGIA CEREBRAL.

La imagen estremeció hasta el último palo de la bandera. El torero yaciendo inerte en el centro del platillo, a merced del toro, esperando la ayuda desesperada de sus compañeros. La sangre se heló como de un seco calambrazo que hacía presagiar lo peor. No era para menos. El Fundi, torero honrado a carta cabal, dio la cara para superarse más que nadie a sí mismo. Y volvió a caer. Esta vez de forma dramática. Un cadáver yacente parecía el torero de Fuenlabrada. Rápidamente vinieron a la mente muchas imágenes mientras las asistencias lo trasladaban como un pelele en sus brazos. Volvía a la cabeza ese golpe tan a desmano desde lo alto de un caballo y la realidad de un torero al que faltan condiciones para estar en plenitud. Y que aún así sigue dando el callo y la cara, por superarse a sí y a la adversidad que se le ha cruzado este 2009 tan negro para José Pedro. Había estoqueado El Fundi un primero que no dio juego. El peor de los seis de una encastada y muy abierta corrida de Victorino. No dio sensación de peligro un toro que tardeó lo suyo, se defendió y perdió manos una y otra vez. Se había lucido el madrileño en el principio y final. Recogiéndolo de capa, más lidiando que otra cosa y en una excelente estocada. El cuarto, pegajoso y con motor, comenzó a quedarse debajo. El Fundi había hecho un titánico esfuerzo por meterlo en la canasta. Le aguantó y lo hizo, y respondió el toro en muchos momentos. Pero a final de faena, quizá un punto de más, el toro se quedó debajo, no pudo escaparse El Fundi y llegó la cogida. El Victorino se lo pasó de un pitón a otro, José Pedro cayó a plomo y de espaldas y quedó tendido sin movimiento alguno. Perdió el conocimiento y se pensó en lo peor. Menos mal que las noticias de la enfermería fueron poco a poco tranquilizadoras. Todo lo que puede tranquilizar una fractura de cráneo, claro. Cuando fue trasladado, en la enfermería se recuperaba Padilla de una fortísima paliza propinada en el segundo. El jerezano se desplantó con un toro siempre gazapón y vivo, le perdió la cara y lo cazó por la espalda. Lo prendió feamente, le pegó una vuelta de campana y después volvió a sacudirle otra vez cuando se encontraba en caída libre. Aún tuvo tiempo el toro de buscarlo en el suelo. Descompuesto, desencajado y pálido, a Padilla le costó recuperar el aire y la respiración. Volvió a la cara para pegar otra serie sobre la diestra y entrar a matar. Pinchazo y estocada, una oreja. El toro había exigido mucho y Padilla estuvo seguro con él en una faena irregular, con una serie buena sobre la diestra, encajado y llevándolo, y algunas con demasiados enganchones. Prevalecieron las ganas en este caso. En corrida tan dura, el destino quiso poner en manos del jerezano un toro bravo. Aguardó Padilla hasta el sexto turno para salir, hecho un cromo. Decidió no recomponer su indumentaria. Ni caquetilla, ni chaleco abrochado, ni corbatín bien anudado. No quiso tapar la paliza, como para que nadie se olvidase. El Victorino fue importante. De un plumazo descabalgó al piquero y se llevó al caballo a los medios, a puro pulso. Brindó Padilla a la cuadrilla de Fundi y le buscó las vueltas al toro. Vueltas y revueltas, y puesta en escena, que dan años de oficio. El sitio justo, el mando del toro siempre por abajo, las entradas y salidas, los gestos y desplantes, los rodillazos. La búsqueda del público y las orejas si o si. Pareció pasarse la paliza anterior. Una estocada en todo lo alto le hizo arrancar las dos orejas del bravo Victorino. Pese a ello, Padilla nunca debió salir en hombros. No por deméritos, sino por respeto a El Fundi, del que todavía no se sabía nada confirmado. Aquí se criticó a Folque su alegría el día de la cogida de Lancho. No son detalles bonitos en un mundo en que siempre prevaleció el respeto al compañero herido. Completó la terna Urdiales, que consiguió los mejores momentos de la tarde en el tercero, un animal incierto de primeras pero que respondió. Supo tomarle el pulso el de Arnedo, que se embraguetó, se lo pasó muy cerca, lo cuajó a la verónica, lo llevó por bajo y lo mató de un espadazo. Una oreja de ley. El quinto fue un bicho malo. Alto y basto, no permitió una. Adelantándose con instinto felino, estuvo hábil Urdiales para doblarse con él y meterse a los costados. Eso también es torear. Y le hicieron saludar.

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